José Adolfo de Azcárraga Feliu
El progreso de la universidad española en los últimos tres decenios ha sido extraordinario. Hoy no hay despacho sin ordenador conectado a la red y a un centro de cálculo; es posible imprimir trabajos científicos en minutos cuando antes podía costar meses conseguirlos, los laboratorios son incomparablemente mejores, hay abundantes bibliotecas, etc. Sin embargo, pese a todo, hay aspectos esenciales que son manifiestamente mejorables si España quiere tener universidades de auténtica calidad. En el influyente ranking de la universidad Jiao Tong (Shanghai) de 2010, que hace especial énfasis en criterios científicos, España no tiene ninguna entre las doscientas mejores universidades del mundo (las 18 primeras son todas estadounidenses, salvo Cambridge y Oxford). Esto debería sorprender y preocupar, pues nuestra economía figura entre las diez mayores. No obstante, España no tendrá universidades en la primera división internacional si no tienen lugar cambios profundos de cultura universitaria. Y éstos, que requieren un cambio de mentalidad, son los más difíciles de lograr.
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